¿Cuál es la relación entre el lenguaje en sus diversas modalidades y niveles –desde la pura constatación o descripción, hasta la metáfora, la cita, la manifestación de creencias y opiniones– con la realidad? ¿Hasta qué punto y con ayuda de qué reglas y leyes podemos establecer que las afirmaciones del lenguaje n atural son verdaderas? ¿Qué permite al receptor de un mensaje lingüístico interpretarlo correctamente o incluso traducirlo? Estas y otras preguntas relacionadas han inquietado a la filosofía del lenguaje cuanto menos desde principios del siglo xx y en ellas se refleja, como trasfondo, el definitivo abandono de cualquier garantía metafísica de la verdad y la comprensión del lenguaje humano. Por esto, su grado de verdad e interpretabilidad ya sólo puede explorarse a partir de criterios rigurosamente orientados por la racionalidad inherente al habla, la suposición de que existe una predisposición de comunicación y comprensión y un pertinente anclaje del lenguaje en la experiencia y la percepción.
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