Juan García Ponce era un provocador esencial. Con una inteligencia erudita, una imaginación inquietante y una ironía implacable subvertía lo evidente, señalaba imposturas, denostaba complacencias. Su crítica no se reducía al juicio y la polémica, sino que se convertía en creación. Sus cuentos, sus novelas y obviamente sus ensayos proceden de ese examen incitante e incisivo. Su contemplación penetrante también solía detenerse en la pintura. Fue lúcido y contundente para atacar a los simuladores al uso y revelador cuando escribía acerca de los pintores que admiraba. Esos textos devienen asimismo ensayos acerca de la creación. Con algunos de esos escritos, más que una antología, uno de los pintores a los que admiraba, Francisco Castro Leñero, ha ideado un libro como los que García Ponce concebía como reproducción mecánica, en el cual un lector transforma los textos originales al reproducirlos.
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