En el mundo de Cortázar el juego recobra esa virtualidad perdida, de actividad seria y de adultos. Es verdad que sus personajes se divierten jugando, pero muchas veces se trata de diversiones peligrosas, que les dejarán, además de un pasajero olvido de sus circunstancias, algún conocimiento atroz, o la enajenación o la muerte. En otros casos, el juego cortazariano es un refugio para la sensibilidad y la imaginación. En sus libros juega el autor, juega el narrador, juegan los personajes y juega el lector, obligado a ello por las endiabladas trampas que lo acechan a la vuelta de la página menos pensada.
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