Sobre un clásico universal
Usualmente las letras modernas depositan en un personaje el carácter representativo de su literatura. Así, entendemos que Dante y su Comedia resumen a Italia; Cervantes es El Quijote y España; Goethe y Fausto, Alemania. En cuanto se piensa en Inglaterra acudimos a Shakespeare, bien podemos decir Romeo y Julieta, Macbeth o Hamlet para completar la analogía. En suma, las obras que hoy conocemos como clásicas definen una lengua y un país. Estas consideraciones las debemos, en gran parte, al culto desmesurado ejercido por los comentaristas y editores. Entonces, tratemos hoy sobre el mayor de los críticos de Britania, el Doctor Samuel Johnson.
Cuando fue financiado por el estado en 1755, terminó el primer diccionario de la lengua inglesa y diez años más tarde aparecería, bajo su cargo, uno de los trabajos capitales de la literatura universal: las obras completas del Bardo de Avon. Cotejada con los manuscritos infolio, incluía notas aclaratorias, expositivas e interpretativas; estaba comparada con las ediciones de Pope y Rowe; también incluía referencias con los estudios acerca de la tragedia de Dennis y los Discursos dramáticos de Dorneille. Finalmente, todo precedido por el prefacio más famoso, hoy editado por separado y en español en la colección los Cuadernos del Acantilado.
Aquí Johnson escribió las pautas para la filología moderna. Cada palabra acomodada con su excelsa prosa analiza los defectos del dramaturgo, pero sin dejar de lado sus virtudes. Así mismo cada opinión y refutación está sustentada, indudablemente, con docta inteligencia. Ideas concretas pueblan las páginas del escrito; párrafo por párrafo iluminan los pasajes dudosos y oscuros. Las consideraciones importantes las deja al principio para pasar de una visión general a una particular. Ningún punto queda sin ser tratado, desde las facultades intelectuales desarrolladas en Antonio y Cleopatra hasta la ambientación de la corte en Ricardo III.
El problema de la vigencia atemporal de los libros clásicos, puesto tantas veces en duda, es resuelto por nuestro autor en una frase, aplicable a cualquier obra capaz de superar los rigores del tiempo: «Nothing can please many, and please long, but just representations of general nature», es decir, «Nada gusta más y es más duradero, solamente la representación de la naturaleza universal».
«Reseña escrita por Irvin Payán, El Péndulo Perisur»
En 1765 aparecía la edición a cargo de Samuel Johnson de las obras de Shakespeare, y con el prefacio que abría la serie de ocho volúmenes se iniciaba la lectura crítica moderna de uno de los genios literarios más celebrados de todos los tiempos. Johnson, crítico impecable y a su vez autor prolífico, trazó los caminos que todavía hoy guían nuestra lectura—incesante y siempre renovada—de Shakespeare: en primer lugar, que el autor de Hamlet fue ante todo un hombre de teatro (dramaturgo y actor), atento a la relación entre la acción escénica y la reacción del público; en segundo lugar, que sus personajes no son héroes de corte clásico, son hombres que actúan como lo haría el lector—o el espectador—si estuviera en su situación. Y en tercer lugar—y el más importante—, más que un autor estrechamente vinculado a sus contemporáneos, Shakespeare trasciende en este ensayo las fronteras de su tiempo y se erige como contemporáneo de la posteridad.
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