Fue como un ruido, pero no un golpe. Fue como una onda expansiva. Fue como una corriente invisible que le tapó los oídos a Mario y que, en un principio, no entendió. El motor del camión casi se detuvo y el ventilador que guardaba dentro de la cabina simplemente dejó de funcionar. Podría haber sido cualquier cosa. Pero nada por lo que valiera la pena detenerse. Así que el cargador siguió hasta que terminó su tarea, y el operador le dijo a Mario que iba a subir con él. Eso que habían sentido probablemente había sido una detonación en alguna labor y nadie les había avisado. Alguien merecía un reto. Tenía que haber sido eso. Una explosión rutinaria. Nada de qué preocuparse. Los tres subieron enojados y siguieron hasta donde pudieron hacerlo. Entonces la vieron: una capa de tierra que no les permitía llegar más lejos y tapaba toda visibilidad. Mario se bajó de su camión y palpó las paredes. Ahí comenzó a sentirlo. Esa cosa que le subía por el estómago. Que le generaba un vacío. Y que lo obligó a subirse de nuevo al camión y bajar hasta los 850 metros, donde estaba el primer nivel, donde se cargaba y donde se encontraba Luis Urzúa. La mina en ese momento hacía mucho ruido. Era como una sinfonía que llegaba a enfermarlo y que le parecía particularmente estruendosa. Crujía y explotaba. Mario comenzaba a entender que esto no había sido una detonación. Que algo se había derrumbado...
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