Lidiar con aquello de lo que parece imposible hablar es, tal vez, una de las tareas centrales de la filosofía. Georges Bataille encarna un caso entre quienes insistieron en rendir cuenta de lo que se presenta como inaprehensible, intraducible y hasta enceguecedor: al enfrentar el erotismo, lo sagrado, la soberanía o la mercancía, el pensador francés buscó siempre tocar zonas que van más allá de las palabras.
La experiencia interior (1943) -primera de las tres partes de la Suma Ateológica que próximamente será publicada por primera vez en su totalidad- deja en evidencia esa suerte de voluntad arrolladora que, lejos de sostenerse en el optimismo iluminista, se basa en el reconocimiento fulminante tanto de la opacidad propia como de la ajena. Aun cuando Bataille siempre rechazó ser etiquetado como filósofo -prefería inspirarse en la antropología o en la literatura-, el camino que abre en este volumen para fundar una experiencia mística atea recurre como inspiración explícita a la filosofía nietzscheana y a la hegeliana, pero también a santa Teresa de Ávila y a Marcel Proust.
Si bien Bataille nació en una familia en la que la dimensión religiosa no tenía tenía lugar alguno, durante su juventud desarrolló una vocación mística que lo llevó a transformarse en seminarista católico por unos pocos años. Su posterior renuncia a la fe no diluyó la persistencia de su interés por ese tipo de experiencia interior que remite a un misticismo ahora carente de dioses.
El modo en que Bataille intenta referirse en este volumen a una experiencia mística sin Dios lo lleva a argumentar a favor de un materialismo que tiene como premisa central terminar con cualquier rastro del clásico dualismo cartesiano que separa la mente del cuerpo. La experiencia es aquí material: encarna su exceso de energía sin necesidad de apelar a la trascendencia de la abstracción en cualquiera de sus formas posibles. Se trata de crear un misticismo acéfalo -calificativo recuperado por Bataille al llamar Acéphale a la revista fundada en 1936 y a su sociedad secreta correspondiente un año más tarde- que se sostiene en la fusión del sujeto con el objeto. No hay aquí lugar para "idea elevada" alguna -ni Dios, ni moral-, pero sí una insistencia en que la experiencia sólo es con otros. Y es allí donde el texto se transforma en esencial pero también heterodoxamente político.
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