Apología de lo erótico
Boris Vian murió cuando contaba con la mediana edad de 39 años. Tiempo suficiente para acumular tantos oficios como heterónimos. Se hizo llamar Honoré Balzac, Boriso Viana, Navis Orbi, Baron Visi, Charles de Casanove, etc. Tocó jazz, fue actor, cantante, periodista, autor de teatro, traductor y escritor, uno que a menudo fue invitado a colaborar en diversas publicaciones lo mismo por Sartre que por Camus.
En el presente libro, ilustrado por el artista madrileño Manuel Alcorlo, conviven un cuento, cinco poemas y una conferencia cuya temática se desarrolla en torno al erotismo. Al inicio, el autor plantea una duda general: ¿Qué es la literatura erótica y cuál es su utilidad? A partir de ésta, los argumentos resolutivos van dándose del mismo modo que otras cuestiones surgen. El erotismo es común a todos los hombres, afirma Vian. Todos podemos sentirnos erotizados por diferentes motivos, puede ser por un cuerpo, un movimiento, una idea, un objeto, etc. El tránsito a lo obsceno va por cuenta de las propias personas, los aspectos censurables están dentro de la mente del erotómano.
A Vian le parece absurda una sociedad que promueve el culto al aspecto físico a la vez que condena la libre contemplación y disfrute del cuerpo. Un escritor de literatura erótica es perseguido y tachado de indecente o inmoral, pero un soldado es visto como héroe y ejemplo. Reprocha que el Estado ofrezca a su sociedad la guerra como desfogue y no el amor que puede surgir de lo erótico.
El autor francés opone a sus detractores muestras de erotismo tomadas de los Evangelios bíblicos: “Ésta es mi carne”, “ésta es mi sangre”. Esas líneas han estado ahí por años y no han sido capaces de darse cuenta. Son ejemplos de literatura erótica de calidad, en cambio, los excesos burdos no son más que “el esfuerzo desesperado del escritor para comunicarnos su visión cuando se le niegan las estrategias más ordinarias de la literatura”.
Lo pornográfico que se presume en el título del libro es la manera de afectar al lector por parte del autor para atraparlo en el intercambio dialógico que éste propone. De esta manera, el morbo de quien lee es incitado a desahogar la tensión que la censura le impone.
Por último, Boris Vian plantea y defiende el carácter revolucionario del erotismo, ya que se rebela a todo un aparato que busca ocultarlo en la oscuridad de la vergüenza y el miedo de sí mismos.
«Reseña escrita por Gamaliel Valentín González, El Péndulo Perisur»
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