La trinidad compuesta por sexo, drogas y rocanrol sería a estas alturas un venerable tópico si Steven Tyler no se hubiera consagrado a ella con un paroxismo sulfúrico capaz de disolver hasta los lugares más comunes. En lo relativo al primer punto podemos afirmar que incluso los atletas genitales vacilan entre la estupefacción y la envidia cuando contemplan su inagotable repertorio de incontinencias. Con respecto al segundo baste decir que nuestro héroe cifra en millones el costo de las sustancias empleadas para conocer tanto el éxtasis como el borde de la muerte.
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