Un personaje perteneciente a la baja nobleza como Fernando de Valenzuela, el que por sus permanentes desvelos por conocer todo cuanto sucediese en el entorno de la Reina fuese llamando Duende de palacio, pudiera llegar al encumbramiento, desplazando para ello a la más rancia nobleza española, en general, y castellana, en particular. Se daban todos los elementos necesarios para que ellos fuese posible: crisis económica y social permanentes, pérdida de valores, una regencia sumamente larga, que se había iniciado en 1665 con el fallecimiento de Felipe IV, una nobleza dividida en torno a sus intereses personales, en donde primaban los elementos económicos y polpiticos, etc. El ascenso meteórico de Valenzuela pudo perfectamente ser contemplado por propios y extraños. Partiendo de ser un mero pretendiente de una criada de retrete, pasaría con el tiempo a ir acumulando cargos y riquezas como si de una cascada constante de mercedes se tratase. Pero ello no sería la única preocupación de Valenzuela, ya que no tardaría en buscar el apoyo del populacho, figurando su acción en multitud de actos que le granjearon una significativa popularidad, como fueron el suministro de pan a precios asequibles, la celebración de fiestas populares con las tan demandadas corridas de toros o las comedias. Sin embargo no pudo evitar que sobre su persona se centrasen todos los odios de una nobleza terriblemente herida por aquel agravio, la cual, con contadas excepciones, se uniría para aportar la causa del más visceral enemigo de Valenzuela: don Juan de Austria, el único hijo bastardo que reconociese como legitimo el Rey Felipe IV, y que hab¡a sido sistemáticamente apartado de la Corte por la Reina Mariana de Austria, encomendándole siempre empresas lejanas a Madrid.
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